El riesgo bien valió la recompensa. La iglesia, que es seguidora de Jesús, es llamada e inspirada a actuar como él: sirviendo desinteresadamente a otros, apoyándose en Dios en busca de fortaleza, incorporando la Palabra de Dios y contándole al mundo de su amor. Todos son iguales en Cristo: hombres y mujeres, ricos y pobres, sin importar su trasfondo o etnia.
La iglesia fomenta el apoyo y el aliento mutuos al pasar tiempo juntos en adoración y estudio de la Biblia. Los cristianos celebran el pacto de Jesús con ellos por medio de la ceremonia de la Santa Cena, que recuerda el ejemplo de servicio y sacrificio de Cristo. La iglesia celebra la salvación de cada miembro mediante el ritual del bautismo por inmersión. La iglesia es las manos y los pies del “cuerpo de Cristo”.
Jesús prometió que todo lo que había hecho en esta tierra, también lo haría por medio de su iglesia. Sí, somos un pálido reflejo de la perfección de nuestro Salvador, pero Jesús sigue siendo la cabeza de su iglesia. A pesar de nuestras imperfecciones, en su gracia y mediante el poder de su sacrificio redentor seremos una deslumbrante nueva creación.
En los últimos días del mundo, cuando gran parte del mensaje de Dios haya sido descuidado y descartado, Dios nos llama a recordar los sellos distintivos de su verdad. El libro de Apocalipsis nos habla de tres ángeles enviados a este planeta con un mensaje final de esperanza y advertencia. La historia de ellos simboliza la misión divina para su pueblo en el tiempo del fin.
El Espíritu Santo nos capacita individualmente con nuestros propios dones espirituales, con capacidades con las cuales compartir el amor divino y fortalecer a otros. Ya sea al enseñar y predicar, al brindar aliento y profetizar, el Espíritu ha otorgado a la iglesia todos los dones que necesita para cumplir su obra.